Azotea

Era mi primera noche en estas paredes, paredes que se añoraban, paredes que se hacían querer, tal como yo he dicho muchas veces solo yo soy mi propio padre, mi propia madre y mi propio yo y por mucho que me definiera como un ser errante que no volvía al mismo sitio aqui me hallaba, era irónico, mas sin embargo ello no cohartaba mi clara emocion por estar de nuevo en mi casa, cierto era que siempre había tenido aspiraciones gigantescas, por eso quizás leía tanto, por eso quizás absorbía conocimientos como una esponja que no tiene fondo, que nunca se sacia. Ya me había instalado y mañana tendría que empezar con las clases. Hace demasiado que no hablo con un grupo de niños, espero que no me den demasiados problemas.

En el fondo no podía llamarlos adultos ni a los que tuvieran legalmente diecisiete años, ninguno de estos chiquillos ha visto lo que mis ojos contemplan cada segundo, no tienen madurez suficiente para ser llamados así y mientras estén al menos bajo el techo de mi clase no serán llamados adultos mas que los que demuestren una mínima madurez. No tengo demasiado hambre, de hecho al intentar comer algo me han servido un trozo de un postre extremadamente especial, era una especie de mus de chocolate pero con suaves retazos de calabaza y frambuesa, era su postre. Me vinieron a la cabeza imágenes que no deseaba, imágenes que me quitaron el hambre.

-No puedes venir, Ghost. -advertí a mi compañero. -Es demasiado tarde y probablemente asustes a mas de un alumno, mañana será otro día. -dije cerrando la puerta de ese modo, tras de mí.

Camine cual alma en pena que trata de evadir una cita que sabe que no podrá evadir, y a la cual se dirige indiscutiblemente, mis pies caminaron por cualquier escalón que llamara su atención, hacía demasiado que no sentía ese extraño calor que emanaba de la fría roca, hacia demasiado que no veía cuadros moverse por doquier, hacía demasiado que mi único contacto humano se reducía a mi mismo y que el contacto, en general era el que pudiera proporcionarme Ghost, mejor compañía que la mitad del castillo y aun dudo de la existencia de la otra mitad. Cuando quise darme cuenta y mientras con un pequeño discurso como este me evadía, ya había subido unas cuantas plantas mas, me dije que; ¿porqué no subir un poco mas? Y eso hice, subí hasta que las grandes escaleras se hicieron pequeñas, hasta que las pequeñas desembocaron en una de caracol y finalmente en una puerta cerrada.

-La azotea... -dije en un susurro antes de abrir la puerta y sentir una suave brisa fría, adoraba el frío.

Cerré con extremada precaución, haciendo el mínimo ruido, mi mirada subió hasta el firmamento y me quedé en silencio observando las estrellas, recordé al instante las clases de Astronomía, recordé las cien y un constelaciones que a tantos otros les costó aprenderse, le recordé a él, su sonrisa se metió en mi mente y rápidamente fue sustituida por una imagen de él mismo viscerado. Agité la cabeza suavemente, odiaba esas pesadillas y estaba mas que harto de ellas. Me di media vuelta, dándole la espalda al respaldo de piedra, apoyando el peso de mi cuerpo en las palmas de mi mano y estas a aquella barra de seguridad pétrea, agache la mirada y me quede en silencio. Decidí entonces mirar a los lados, si no me equivocaba por aquí había una piscina, quizás erraba, probablemente. Fue entonces cuando aprecié que no estaba solo, lógicamente por no conocer no conocía a nadie, sin embargo no creo que estas fueran horas para estar solo, y menos en un lugar como este.

-¿Que tal ves el cielo? -no era una pregunta para nada objetiva, sin embargo oye, si ello servía para saber quien era pues eso que me ahorraba en una clase, por ahora sabía que era una mujer y por su complexión, una alumna, pero eso es muy poco, y para una mujer, menos.

Aquellos vientos helados solo ayudan a recordar, traer memorias que preferiría mantener sepultadas en el olvido. Silban, ráfagas de sabor gélido, justo como aquellas que probé en la gran noche, la esperaba por toda jovencita de alta sociedad en donde imitando al manipulador de porcelana, van mostrando a las hijas listas para salir al mundo, como quien vende sus creadas muñecas.
No pretendo conocer los sentimientos de mi madre, ni la avaricia de mi padre al usarme como monto asegurado de financiamiento sin embargo, y si es que yo algún día llegase a tener una hija, jamas le obligaría a introducir en su corazón una relación impuesta. Tal vez estoy siendo maligna con los varones pero he de recalcar que ellos no sufren lo que nosotras, parece que venir al mundo siendo poseedor de un falo es la mayor bendición de todas, los hombres no tienen que hacer tal cosa, ni deben comportarse de dicha manera... al menos no los que me rodean. Y pese a mi mala suerte soy feliz sabiendo que puedo caer al pozo como una mártir, un chivo expiatorio sacrificado para sanar los pecados de otros, mejor ser yo la que se case forzada que exponer a mi linda hermana a un mismo destino. Oh, mi pobre hermanita quien aún vive entre unicornios y escobas voladoras, libre de las cadenas que supone ser adulta. En parte por ella, pues esos que se dicen mis progenitores juraron ante Merlín mismo que solo sería yo la que tuviera este destino, en parte por mi misma. Sí, vivir con un sujeto cuya edad es el doble del tuyo debe ser un martirio sobre todo si se supone que seré su esposa... su señora... su mujer. De todos modos significa salir de palacio, ir a vivir al suyo pero de alguna manera tendré libertades, creaciones, sueños. Tan solo me freno por mi hermana, aún no esta lista para quedarse sola con mi madre, no soportaría un mes de su aplastante disciplina.

Me movía en automático, extraje un abanico de mano color turquesa, la tela que lo comprendía era seda pura y las puntas estaban cubiertas por plumas. El mercader que se lo ofreció a mi nodriza dijo que eran de un ave extraña, única en su especie. Yo accedí a llevarlo por que su olor me producía unas imágenes hermosas, tal vez del ave misma o de los lugares que dicha especie visita pero los colores eran dignos de admirar. Y que bueno que solo yo, además de mi hermana, se sobre mi... ¿Enfermedad?. Yo lo llamaría don, uno que compartimos. Alguna vez lo busqué en libros antiguos cuyo tema se enfocaba en las peculiaridades médicas de los humanos, el término es llamado "Sinestesia". Ambas, mi hermana y yo explotamos nuestra enfermedad al límite cuando eramos pequeñas de manera que ahora tenemos un gama de registros en olores, sabores y texturas que ningún otro humano podría, a menos claro que comparta nuestra peculiaridad. Por esta razón es que me encanta el frío y todo lo relevante a ello, el color de la nieve, el sabor del hielo, ese sonido que tiene lo gélido. En Beauxbatons soy conocida como la princesa de hielo, no por la conocida fama que suelen colgarse algunas chicas al momento de ser malditas con sus emociones y pésimas con sus compañeros, si no porque yo siempre he estado afuera, en los jardines cuando los copos de nieve caen. Claro, lamento mucho que estos elementos no sean muy comunes en mi natal es por ello que, aunque sea una curiosa estudiante de la magia cuyas aptitudes para la misma son algo escasas, mi especialidad es el hechizo Glacius o mas bien todo lo que tenga que ver con frío. Sin embargo no estoy peleada con otros elementos como la naturaleza, adoro las rosas, o el arte, la pintura es lo mio. Puedo pasar horas y horas sentada frente a un lienzo intentando plasmar lo que mis sentidos perciben. En consecuencia es de suponerse que mis creaciones dejan sorprendidos a muchos.

Vaya, que tanto me he extendido contando sobre mi vida y rebobinando capítulos en mi existencia, tanto ha sido el impacto de las meditaciones nocturnas que no me he percatado de algo. El cielo ha callado, ya no se escuchan los vientos como antes y por si fuera poco el sabor de los rayos de luna se fue, opacados por una nube que juguetona le impide trazarlos hacía nosotros. Y digo nosotros porque una voz interrumpe el perfecto balance que había forjado con la naturaleza, con mi soledad. No tardo en entender que es un varón quien reclama mi atención, su pregunta es peculiar pero más importantes son los rasgos de su rostro. Aquel vello facial, rizos abundantes de una cabellera negra, facciones maduras que delatan su edad. Se parece tanto... a ese duque con quien me vendieron.
Despegué mi espalda del pilar en donde se encontraba, cerré el abanico de un solo movimiento haciendo gala en todo momento cuya elegancia adiestrada por mi madre luce. Para finalizar crucé los brazos. Y como si viniera en mi ayuda la luz de luna impactó mis cabellos, brillando cual escarcha recién nacida, un platino hermoso ante mis ojos. Tan bien mi piel de porcelana, una autentica muñeca humana estaba expuesta ante ese hombre mayor, cuya curiosidad seguía sin ser saciada.

_Callado de un momento a otro, celoso_ Esperaba que no me tomara a broma o que por su mente cruzara la remota idea de que intentaba burla de él, jamas en mi vida me recomendaron renegar ante un hombre y no iba a iniciar ahora. Pero la luz de luna parece calmarlo e incluso invitándolo a entrar Era un caballero y se veía maduro. Tal vez si le hablaba a mi manera y lo deleitaba con mis palabras me juzgaría loca. Eso no sería muy correcto, mucho menos decente. Además tener una acusación como esa viniendo de un señor, quien seguramente fungía como profesor, acabaría por mandarme a la hoguera social. No, se dulce pero no empalagues, impresiona pero con recato. _¿Y usted, como ve a la luna?_ Entonces me di cuenta del error y ejercí presión en mi abanico, recta, firme, haciendo gala de mis instrucciones me mantuve erguida ante mis palabras. Tan bien que había reprimido lo referente a la luz de luna pero se escapaba esa pregunta. No, Cressentmoon, no toda la gente es burguesa.