Fuente interior

Tras el encuentro producido en el puente de Londres con aquellas personas no había podido conciliar el sueño en toda la noche. Eran tan diferentes a mí y a mi mundo que simplemente me parecía excitante.

A la mañana siguiente me había visto arrastrado contra mi voluntad a un castillo, un colegio decían, en el que debería permanecer encerrado los siguientes meses. ¿Un colegio? Yo nunca había asistido a uno, pues todo cuanto sabía se lo debía a mi madre, que me enseñaba en nuestro propio castillo. Y ahí estaba yo, entre las paredes de Hogwarts sin saber qué hacer ni a dónde ir. Es en estos momentos cuando echo mucho de menos mi hogar, mis costumbres, mi familia...
Los ojos me brillaron durante milésimas de segundo, para luego adquirir ese tono sombrío que les caracterizaba. Un hombre jamás podría derramar una lágrima, ni aun estando solo; eso solo sería la deshonra de su familia.

Con mirada perdida y paso lento caminé por la primera planta, guiándome por el sonido del agua que avanzaba a velocidad constante, no muy lejos de donde yo me encontraba. Sonaba igual que la fuente eterna situada en mi jardín, esa en la que yo, al igual que toda la dinastía Quatermane, había sido bautizado y presentado a los Dioses. ¿Serviría la de este castillo para lo mismo? Corrí en la dirección de la que provenía aquel ruido, implorando porque aquél lugar no fuese tan diferente del que yo solía frecuentar y poder hacer de él mi santuario en este colegio.

Mis pasos disminuyeron de velocidad al llegar al lugar, parándome en seco al descubrir la fuente. Como me temía, nada tenía que ver con aquella que una vez fue de mi propiedad. Era tan ordinaria, común y corriente, que su única similitud era que contenía agua. Jadeando, me acerqué a la fuente e introduje una mano en ella, humedeciéndola delicadamente y recorriendo mi cara posteriormente para liberarme de aquél calor que me embriagaba. Al recuperar la normalidad me quedé de pie frente a la fuente, observándola sin mover ningún músculo de mi cuerpo, rememorando viejos tiempos.

Permanecía de pie frente a la fuente con los ojos cerrados, sumido en un trance profundo mientras revivía viejos recuerdos de mi anterior vida. Ambos mundos se entremezclaron cuando unos pasos lejanos comenzaron a escucharse por el castillo, de forma que en mi mente yo estaba en mi jardín, junto a mi fontana, y una doncella se acercaba hasta donde yo estaba.

La voz femenina que escuché me arrastró al presente sin previo aviso, aunque yo seguía creyendo que aquella mujer era Lady Sansa, a quien tenía en tan alta estima. - Milady. - Susurré mientras abría los ojos de par en par y me giraba hacia la mujer que acababa de hablar. No, aquella no era la persona quién yo creía, ni me encontraba en el lugar que tanto anhelaba. Suspiré profundamente, exhalando todo el contenido de mis pulmones, tratando de aliviar mis penas y la carga que se posaba sobre mi espalda con cada día que pasaba en este nuevo mundo.

- Buenos días tengais, Lady Melanie. - Me coloqué el cuello de la camisa que tenía bajo la túnica y caminé hacia ella con paso decidido, tomándole de la mano y besándole el dorso de la misma como saludo. - Me alegra saber que no habeis enfermado. - Fue entonces cuando, estando tan cerca de ella, pude darme cuenta de que no era la misma de ayer. A decir verdad, me asombraba la rapidez con la que la había reconocido dada sus notables diferencias. - Se os ve diferente. - Y no solo me refería a su aspecto físico, sino a su actitud y a los gestos que hacía.

Era cierto que la mujer que hoy tenía ante mí poco se parecía a la que ayer había conocido, pero ¿tantas eran las diferencias, como para que fuese otra persona? No, no podía ser. Puede que ella hubiese cambiado de actitud, pero sus ojos conservaban ese brillo que tanto me había llamado la atención y, ahora que la miraba de forma más detenida, sus rasgos más simples no habían cambiado en absoluto.

En ese momento recordé una tarde de verano en los jardines de mi castillo, en la que me había ocurrido algo similar. El hermano gemelo de Sir Loras se había presentado sin previo aviso y yo, ignorante frente a su parentesco, creí estar hablando con quién no era, revelándole las estrategias de ataque contra el enemigo. Por mi falta de astucia aquel hombre fue llevado a la horca y desde entonces se ordenó a todas las parejas de gemelos que se apuntaran en un registro, para que aquello no volviera a suceder.

- Disculpadme, pues he de haberos confundido con vuestra hermana Melanie. - Volví a acercarme a ella y, empezando de cero volví a saludarle, tomándole de la mano y besándola delicadamente. - En ese caso, encantado de conoceros, Verona. - Hice una pequeña reverencia tras liberar su mano, recorriendo su cuerpo con la mirada. Aún seguía convencido de que aquella mujer era Melanie y no Verona. O tal vez se llamara realmente Verona y no Melanie, pero cuando nos conocimos mintió sobre su nombre. Pero entonces, ¿cómo es que no me reconocía?

La cabeza comenzó a darme vueltas ante tanta pregunta y tanta teoría conspiranoica. Aún no me había recuperado del viaje en el tiempo y cada vez que hacía un sobreesfuerzo mental volvía a recaer en la migraña. El dolor me obligó a llevarme una mano a la frente y mientras presionaba con fuerza cerré los ojos lentamente. Cuando sufría esos ataques de dolor de cabeza volvía durante unos segundos al pasado, y era como si realmente volviera a viajar en el tiempo. De ser así, buscaría la forma de estar en constante estado de migraña, para poder reunirme con mi familia. Tal vez el alcohol sería una buena opción.

Pasados unos segundos todo pareció volver a la normalidad y al abrir los ojos aquella mujer, Verona o Melanie, también regresó junto a mí. - Tenéis ante vos a Vincent Quartermane, a vuestro servicio. - Bien, ya había conseguido dejar de repetir la parte de "de los Quartermane del Norte". Era todo un avance.

¿Que no tenía una hermana? Eso es imposible; ayer me había reunido con una mujer de apariencia similar a la suya que aseguraba llamarse Melanie y hoy resulta que nada de lo vivido era real. Sabía lo que había visto y oído, al igual que afirmaba con total rotundidad que estaba cuerdo y confiaba en mis facultades mentales. - No dudo de vuestra palabra, joven dama, mas sigo afirmando haber conocido a una mujer llamada Melanie muy similar a vos. - Volví a recorrer su cuerpo con la mirada, pero no de forma lasciva, sino realmente tratando de buscar diferencias y semejanzas que apoyaran la idea de que no estoy loco.

Tras varios segundos en silencio, Verona rompió el vacío que nos separaba acercándose a la fuente y permaneciendo junto a ella, a lo que yo respondí haciendo lo mismo. - Más que una doble, yo diría que hay dos Veronas. - Era una idea estúpida y me condenarían a la horca por ello, pero seguía pensando que había algo que se me escapaba de las manos.

Las siguientes palabras que brotaron de su boca me hicieron contener la respiración unos instantes, para después exhalar todo el aire de golpe. ¿Acaso era tan obvio que no era de este mundo? Eso me hizo sentir ciertamente mal; no encajaba en este lugar y nunca lo conseguiría. - Lo que decís tiene más sentido del que creéis. - Suspiré y apreté los puños en un intento por liberarme de toda aquella rabia contenida, dirigiendo la mirada al suelo.

Obviamente era imposible que hubiese dos Veronas, porque incluso en el hipotético caso de que hubiese alterado la barrera temporal y fuese la Verona del futuro y la Verona del pasado, seguiría habiendo una sola, pero por duplicado. No obstante ella pareció tomárselo muy en serio, tanto que su rostro mostraba el desagrado   que le producía nuestra conversación. - ¿Qué pasaría si la verdadera "Verona" es Melanie y vos sois quien estáis usurpando su identidad? - No era tan escabroso después de todo, y ni ella ni yo podíamos saber si era cierto o no.

Al verla acercarse a mí con rapidez no supe cómo actuar, optando por quedarme en mi sitio, inmóvil,hasta que un dedo suyo se posó sobre mis labios, impulsándome a retroceder varios pasos, los necesarios para no permanecer en la zona de peligro. - ¿Debería tomar vuestras palabras como una amenaza? - Entrecerré los ojos, ladeando la cabeza levemente, tratando de indagar en su mente.

"Ya tengo bastante con lo mío". Realmente no supe qué querían decir aquellas palabras, si era simplemente eso, o si escondían algo más. Desde luego, las mujeres en estos tiempos nada tenían que ver con las que yo una vez conocí  en antaño, al parecer éstas gozaban de total libertad a la hora de expresarse y no mostraban reparos en retar a un hombre, tal y  como Mel... Verona estaba haciendo. Sin duda, si padre estuviera presente le hubiese partido la cara, para luego obligarle a arrodillarse y limpiar la sangre derramada.

Al escuchar sus disculpas suspiré, relajando mi cuerpo notablemente. Era un hecho que si le hacía enfadar  se acercaría a mí, estableciendo un contacto físico y eso era lo que menos necesitaba. - No os preocupéis, ha sido un error por mi parte insistir de esa manera. - Me disculpé, haciendo bailar mis dedos sobre la superficie de la fuente de forma nerviosa, hasta que me dio la espalda y puso mayor distancia de por medio.

Volví a escuchar su dulce voz, contestándole con un simple movimiento de cabeza. Era consciente de que desde donde estaba no era capaz de ver mis movimientos, pero no me importó, preferí permanecer en silencio y que lo tomara como un sí. Durante minutos pensé en un nuevo tema que tratar, pero ninguno tenía sentido en estos momentos y los típicos para hablar sobre el clima me parecían demasiado vacíos de contenido.
Ladeé la cabeza, buscando algo que pudiera servir para comenzar una nueva charla, pero no había más que una fuente, telarañas y... un yelmo que se movía solo. Parpadeé varias veces, para constatar  que no fuera producto de mi imaginación, y cuanta mayor atención le prestaba más vigorosamente se movía éste. Entrecerré los ojos, mirándolo con mayor intensidad, hasta que salió volando por los aires e impactó en la cabeza de Verona a gran velocidad. - Por los dioses, ¿Verona estáis bien? - Pregunté al volver en mí, acercándome hasta ella.

Durante unos instantes creí ver cómo la muchacha perecía frente a mis ojos, desplomándose sobre el suelo a cámara lenta. Emprendí una carrera veloz hasta ella, llegando justo a tiempo para sostener su cabeza con mis brazos y recostarla sobre mis piernas lentamente. - ¿Verona, me oís? - Pregunté al  ver cómo abría los ojos y me miraba, pero con una mirada vacía, totalmente ausente. Fuera lo que fuese que estaba viendo, pensando o imaginando, le producía cierto estrés, haciéndole agitarse sobre mí sin cesar. - Hola Verona, soy yo. - Le contesté al escuchar hablar, si saber realmente si se estaba dirigiendo a mi. -Un objeto encantado ha cobrado vida y ha impactado contra vos y después habéis perdido el conocimiento. - Contesté mirando a sus ojos directamente, tal vez la primera vez que lo hiciera desde que la conozco. - Estando inconsciente hablábais con alguien, que al parecer no era yo. ¿Recordáis algo? - Aún se le veía bastante desconcertada tras el suceso, por lo que pese a sentirme incómodo estando en contacto con ella , hice un gran esfuerzo y aguanté.

Mi pierna derecha, la que aguantaba la mayor parte de su peso, comenzó a temblar de forma bastante notable, y no porque a Lady Verona le sobraran kilos, sino porque mi grado de nerviosismo era tal que mi cuerpo parecía haber entrado en un estado de total descontrol. Posé mi mano libre sobre mi pierna para tratar de disimular el vaivén, aunque el efecto obtenido fue todo lo contrario a lo deseado. Pierna y mano siguieron bailando, acrecentando el movimiento de debajo de su cabeza. ¡Por los dioses! ¿Qué pensaría aquella mujer de mí, si teniéndola acostada sobre mi cuerpo notara mi mano moverse agitadamente sobre mi pierna? Aparté la mano apresuradamente,  secándome el sudor de mi frente con mi pañuelo de seda de oro.

Al parecer no era el único que se sentía incómodo en aquella situación, por lo que aproveché la oportunidad y ayudé a que se incorporara, sentándola junto a mí. - No forcéis vuestra mente, tal vez no recordáis nada por la conmoción, dejad que los recuerdos fluyan de forma natural. - De la misma forma en la que los míos me atormentaban a diario, haciéndome  revivir escenas de mi antigua vida que creí haber olvidado, tan solo por el hecho de echar a mi familia de menos.

Acerqué mi cabeza a la suya y removí su pelo en busca de alguna herida abierta, pero no encontré nada más que un hematoma bastante hinchado. - ¿Os duele? - Pregunté al presionar levemente en la zona, atento a la expresión de su rostro.
Con tanto movimiento de su cabello su aroma se volvió más intenso, embriagando mis sentidos por completo con el perfume que emanaba de ellos. Sin ser consciente de lo que hacía me acerqué aún más  a ella, hundiendo mi cara en sus largos cabellos e inhalando todo el aroma que mis pulmones eran capaces de albergar. Con los ojos cerrados, aquella fragancia me transportó al pasado, reviviendo nuevamente un día cualquiera de mi juventud. Ese aroma me era tan familiar... Era justamente el mismo olor que desprendían los cabellos de mi madre, por lo que volver a oler esa fragancia me hacía sentir sumamente bien. Me hacía sentir... en casa.

El fuerte golpeteo que produjo la ventana del castillo hizo que volviese en mí, dando un pequeño salto en mi sitio y avergonzándome de lo que acababa de hacer. Desenredé mis dedos de entre sus cabellos, aportando cierta distancia entre ambos. - Perdonadme, me he dejado llevar. - Murmuré con la cabeza agachada, posando mi mirada sobre un punto fijo en el suelo.